La agudeza de entrever en cada actitud y en cada sentimiento el tejido social propicia que la existencia se vuelva hacia el cine, al recrear intrincados nexos emocionales. Densas redes de interpelaciones sobre lo real asume el largometraje La mujer salvaje. Cuenta sobre cómo en un barrio pobre de La Habana una mujer sobrevive a la sangrienta pelea entre su esposo y su amante. En un intento desesperado por salvar a su hijo del escándalo, decide fugarse con él, pero un video del incidente ya se ha vuelto viral.

El relato tuvo su génesis en el proyecto ganador de la segunda Convocatoria del Fondo de Fomento en la categoría Producción. Justamente, la experta de esta especialidad Claudia Calviño asumió creativamente hacer posibles ideas y pensamientos concretados más tarde, tras un arduo proceso, en la pantalla grande.

Estremece el examen feroz de lo acaecido en la historia que se distingue por la valentía y la honestidad intelectual. La concepción dramatúrgica estructurada en el guion por Nuri Duarte y Alan González, director de la puesta cinematográfica, es lúcida, tensional, pues la trama hurga en hechos y circunstancias dadas mediante fuertes indicios de lo marginal. Aunque este no es el único tema o leitmotiv del filme, sino una compleja amalgama de planteamientos sobre batallas, incomprensiones, sueños frustrados, ansias infinitas, violencias manifiestas en amplios niveles perceptuales.

A modo de estilete las escrituras lingüística y visual revelan el proceso de mutaciones del yo implícito en personas y máscaras. Ciertamente, la tragedia es inconmensurable. Esa suerte barroca del acontecer la llevan adelante Lorenzo Casadio, director de fotografía, y Joanna Montero, en el montaje. Este tiene una potente fuerza en la composición bien pensada desde las secuencias con una orgánica función dramática.

El director Alan González concretó en la pantalla grande lo propuesto en ideas y reflexiones. / Leyva Benítez

Ninguno de los dos artistas, tampoco el director Alan González, exaltan construcciones dañadas, sombras o suciedades de la ciudad. El descubrir, intencionado en algunos filmes, de ningún modo es un motivo oportunista en La mujer salvaje. Aquí lideran lo verosímil y la legibilidad de una ficción abierta a la tragicidad de varias existencias.

Pero, sin duda, el curso del estilo narrativo lo lleva adelante una mujer-personaje, Yolanda. Ese protagonismo dual, exquisito, lo defiende la primera actriz Lola Amores. Su densidad emocional borda matices  y en dicho proceso participa el espectador desde la íntima comprensión de qué ocurrió, cómo ocurrió y para quién ocurrió.

Orgánica en el desarrollo de la cadena de acciones realza el desempeño actoral; Lola-Yolanda demarca cada intención. Es consciente del error trágico. Este no le permite la vuelta atrás y ese error, más las circunstancias, desataron la gran tragedia.

No obstante, en este filme, el amor salva. Y la historia del escabroso viaje concluye con un sorprendente final feliz. Yolanda reencuentra a su hijo Yonatan. Ese nexo es elocuente en la interpretación del niño Jean Marcos Fraga.

Alan González advierte sin didactismo lo que puede decir una película al adentrarse en zonas densas, profundas de la realidad, saca a flote partes sumergidas del iceberg.

Para Alexis Álvarez, director de arte, en el filme cada elemento visual tiene significados en funciones dramática y estética. / Leyva Benítez

Lidera en el filme la realidad iluminada por una poética sugerente entendida en el sentido de la conciencia crítica que el co-guionista y director tiene de su ideal estético. Esa savia no es un tratado de sociología ni de nada, lleva en sí la plena intuición artística. Así lo interioriza el director de arte Alexis Álvarez.

Al ver alrededor, la narración aborda problemáticas de connotaciones sociales y humanas; entre ellas, las violencias sexual, psicológica, física. Expone sin estridencia las relaciones de poder y la naturaleza de los vínculos entre las víctimas y sus agresores. Tal vez, apenas reflexionamos en profundidad sobre el ser y el quehacer de personas violentas y sus acciones que transforman asuntos íntimos en hechos públicos. Pensemos la trascendencia de un fenómeno individual de repercusión social.

La mujer salvaje expresa manipulaciones y ocultamientos, ambos legitiman el dominio masculino y la forma de ejercer y mantener el control. Su panorama sugiere interrogantes: ¿por qué lo contado duro, escatológico, seduce a las mayorías? ¿Su discurso tiene posibilidades de enriquecer lo posible imaginado aun cuando los creadores son conscientes de que el arte se comporta como una aproximación subjetiva, incompleta, a la realidad vívida, sofocante?

Interpretar la película ¿o mejor la vida? debe ser un ejercicio creativo. El equipo técnico y artístico propone lo que puede ocurrir aquí y ahora, sugiere pistas, incita a comprender estrategias de una narrativa que hace meditar sobre conflictos nunca ajenos al mundo de perplejidades cotidianas saturado, en ocasiones, por las prácticas de dominación y maltratos.

Alerta sobre el riesgoso juego de la vida real. Lo propone de manera sensible, inteligente, fiel a una sustancia devenida forma de la expresión del arte cinematográfico.